Argan nos trae este relato desde su blog, Cuanta Bondad.
Acurrucado
Fueron 10 minutos eternos.
Me desperté con una pisada.
Las bisagras de la puerta gritaron.
Al abrir los ojos vi la pared, tan blanca como un lienzo. Pero enseguida vislumbré 2 sombras. Una alta y delgada. Otra pequeña y redonda.
Algo se apoyó en la cama. Los muelles protestaron. ¿Acaso me había movido?
Pensé en mi compañera de piso. Algo le pasará y no quiere despertarme. O eso o me esta gastando una broma. Una putada. Una de las gordas.
Arrastraban los pies. Se estaban poniendo mis zapatillas.
El miedo me paralizaba. No me atrevía ni a respirar. Acurrucado, indefenso, de espaldas… casi podía imaginármelos.
El alto lucía gabardina y no tenía cara. Como en esos viejos libros que leyera de niño.
El bajo sonreía con fingida simpatía. Como lo hiciera aquel gato en la película de Alicia.
La cortina se había movido. Estaba seguro. Estaban registrando mi habitación. ¿Me habría dejado la ventana abierta? Imposible, no con aquel frío.
De nuevo esos pasos. Arrastrando los pies.
Temblaba.
Era solo una pesadilla. Lo sabía. Había empezado como un sueño y yo mismo lo había traído hasta allí. Solo tenía que darme la vuelta y mirar. Todo desaparecería. Pero el miedo no entiende de lógicas y todavía soportaría un minuto más aquellos ruidos, aquella invasión, aquella espera.
Aquella tensión.
Al girar no vi al alto escondido tras el armario. Pero el bajito me mostraba los colmillos sentado junto a mi cama.
Llevaban 10 minutos esperando.
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