Curioso el título, lo sé. Pero es que tal y como están yendo las cosas, también es curiosa la relación que mi hermana está estableciendo últimamente con estos bichillos. Resulta que se le ocurrió la brillante idea (y permitidme que sobre el adjetivo “brillante” descargue toda la ironía que os podáis imaginar) de regalarle un hámster a su novio para su cumpleaños. Le dio por ahí. Me pidió que la acompañara al centro comercial para comprar al pobre bichillo, y estando allí no pude evitar preguntarle si no le daba pena. ¿Cómo puedes separar a este pobre animalillo del resto de sus compañeros de aventura “hamsteriana”? Y es que eran unos hámster muy pero que muy pequeños y estaban todos juntitos, apelotonados durmiendo plácidamente. A mi me dio una lastimita ver como el pobre bicho se vio atrapado por las manos gigantes de la dependienta… Pero así fue. De golpe se encontró metida en una jaula mucho más pequeña de la que había tenido hasta ahora, solita (porque era una hembra) y rodeada de gigantes humanos que la miraban y le decían cosas que seguramente retumbaban en sus minúsculos oídos como verdaderos truenos. La bichilla estuvo con nosotros una noche y al días siguiente se marchó a casa del novio de mi hermana. Luego me enteré por mi hermana, que resultó ser un terremoto. Pa’ riba’ y p’a bajo’ de la jaula como una loca. Botes, saltos, escarbar en el serrín... ¿Y qué te esperabas? Le espeté en las narices a mi hermana. ¿No ves que la pobre debe estar de los nervios? No me extraña en absoluto. No me gustaría que me pasara algo parecido. Pero ella es así. Le encantan los bichejos, y no piensa que los pobres también sienten y lo pasan mal. Ojo, que no es que sea una insensible, pero con eso, aún se comporta un poco como una cría pequeña, que prima los de “Qué bonitoooo!”, por encima de lo de “Animalico, vamos a dejarlo que viva en paz”. Pues bien, resulta que después de quince días de felicidad “hamsteriana”, el pobre animalillo pasó a mejor vida. Así, sin más, sin avisar y sin motivo aparente. Claro que el motivo estoy segura que estaba más que claro: no era un hámster joven (no viven más de dos o tres años) y además, seguramente estaba más estresado que un “yupi” de bolsa. Menuda decepción se llevó mi hermana. No veas la llorera tonta que le entró.
Pero es que ahí no se acaba todo. Resulta que fue a una tienda cerca de casa y pidió otro hámster, pero normal, de los de toda la vida. (si es que se puede hablar de hámsters que no sean de toda la vida, claro). Una semanita después estaba en casa el nuevo animalito. Precioso para qué negarlo. De color canela claro, con una mancha grandota blanca en el lomo y con una carita para comérsela. Pero la tragedia estaba por llegar. Llegó a su nueva jaula el sábado poco antes de las ocho de la tarde y... a las doce de la noche estaba más “tiesesito” que una rebanada de pan duro. No me preguntéis que pasó porque no tengo ni la más zorra idea, pero ¡me dio una penita más grande! No os podéis imaginar el mal rato que pasó mi hermana. Había salido a cenar con unos amigos a eso de las 9 y llegó pocos minutos después de las doce. Yo estaba en mi habitación estudiando (gran plan para un sábado por la noche, lo sé, pero así están las cosas últimamente) y lo llevaba en la palma de la mano. “!Miraaaaaa, está frío y quieto!, ¿qué le pasa?” Gran pregunta para una enfermera hecha y derecha como es ella. “Pues.... ¿creo que es evidente no? Al pobre le ha dado algo y se ha quedao.... tieso”. Buenooo menudo mal rato pasó la pobre. Estaba en casa una amiga suya de la infancia, que yo también conozco, porque habían alquilado una peli. Menuda risa tonta nos entró a la dos. Mi hermana pegando gruñidos lastimeros y su amiga y yo con una risa de esa que te derrite entera.... ¡Qué malas fuimos! Lo sé.
Aún así, mi hermana continua queriendo otro hámster. Es más, volvió a la tienda y después de un análisis casi propio del CSI para descubrir qué pudo haberle pasado al pobre animalillo (que si el plástico de la jaula le podía haber dado alergia, que si la comida podía tener resto de sulfatos, que si se había ahogado con el algodón que le había puesto para dormir, que si la jaula tenía restos de pintura de cuando la fabricaron... Vaya, que personalmente creo que no le tienen nada que envidiar a Grissom) le dijo a la dueña de la tienda, que le pidiera otro. Y es que si yo soy cabezota, mi hermana lo es aún más, y no piensa darse por vencida. Hasta que no encuentre un bichito de estos que le sobreviva, no parará. Claro que.... Yo tampoco estoy dispuesta a que con esa mala suerte que está teniendo últimamente, acabe cargándose a media población de estos tiernos y mimosos animalillos, jajaja.... Qué mala soy, verdad?
Pero es que ahí no se acaba todo. Resulta que fue a una tienda cerca de casa y pidió otro hámster, pero normal, de los de toda la vida. (si es que se puede hablar de hámsters que no sean de toda la vida, claro). Una semanita después estaba en casa el nuevo animalito. Precioso para qué negarlo. De color canela claro, con una mancha grandota blanca en el lomo y con una carita para comérsela. Pero la tragedia estaba por llegar. Llegó a su nueva jaula el sábado poco antes de las ocho de la tarde y... a las doce de la noche estaba más “tiesesito” que una rebanada de pan duro. No me preguntéis que pasó porque no tengo ni la más zorra idea, pero ¡me dio una penita más grande! No os podéis imaginar el mal rato que pasó mi hermana. Había salido a cenar con unos amigos a eso de las 9 y llegó pocos minutos después de las doce. Yo estaba en mi habitación estudiando (gran plan para un sábado por la noche, lo sé, pero así están las cosas últimamente) y lo llevaba en la palma de la mano. “!Miraaaaaa, está frío y quieto!, ¿qué le pasa?” Gran pregunta para una enfermera hecha y derecha como es ella. “Pues.... ¿creo que es evidente no? Al pobre le ha dado algo y se ha quedao.... tieso”. Buenooo menudo mal rato pasó la pobre. Estaba en casa una amiga suya de la infancia, que yo también conozco, porque habían alquilado una peli. Menuda risa tonta nos entró a la dos. Mi hermana pegando gruñidos lastimeros y su amiga y yo con una risa de esa que te derrite entera.... ¡Qué malas fuimos! Lo sé.
Aún así, mi hermana continua queriendo otro hámster. Es más, volvió a la tienda y después de un análisis casi propio del CSI para descubrir qué pudo haberle pasado al pobre animalillo (que si el plástico de la jaula le podía haber dado alergia, que si la comida podía tener resto de sulfatos, que si se había ahogado con el algodón que le había puesto para dormir, que si la jaula tenía restos de pintura de cuando la fabricaron... Vaya, que personalmente creo que no le tienen nada que envidiar a Grissom) le dijo a la dueña de la tienda, que le pidiera otro. Y es que si yo soy cabezota, mi hermana lo es aún más, y no piensa darse por vencida. Hasta que no encuentre un bichito de estos que le sobreviva, no parará. Claro que.... Yo tampoco estoy dispuesta a que con esa mala suerte que está teniendo últimamente, acabe cargándose a media población de estos tiernos y mimosos animalillos, jajaja.... Qué mala soy, verdad?
PD: Foto de aquí
5 comentarios:
Jo, pobrecilla, vaya racha!!
Y pobrecillos bichitos.
Dile a tu hermana que compre al menos dos juntos, a ver si así con compañía le duran más ...
Yo recuerdo cuando mi prima de Suiza se trajo el bichito de aquel pais, hace bastantes años, tantos que en Cadiz todavia no se vendian hamsters, jajaja. Bueno pues con lo mono que era y todo eso le acerque el dedito para tocarlo y el hijo de su madre me mordio... todavia me acuerdo del daño que me hizo...
no, no eres mala :P eres bruja, eso si.
Besos
Emma, yo tenía un hamster igual al de la foto, el mismo. Eso sí, me duró años. Qué recuerdos...
Jo, Emma, qué movida, pobre tu hermana, a mí me duraron unos peces tres días y todavía me da pena...
A mí también em toca estudiar y currar, ¡¡mucho ánimo!!.
Ufff que mala suerte , lo siento mucho, espero que el próximo le dure más, besitos^^
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