Sí amigos… Hasta este momento no había vivido un momento como ese. Y os aseguro que lo recordaré durante mucho tiempo.
No os esperéis un acontecimiento espectacular, tocado por la mística y la poética de nuestros grandes del Siglo de Oro. Huid de las imágenes de inspiración y contemplación divina y de las experiencias que os transportan a un estado superior. Mi experiencia religiosa particular me ha llevado hasta las entrañas de esta ciudad, a lo más bajo de lo bajo que os podáis imaginar: el metro. Sí, a ese lugar en el que tanta humanidad se reúne con un único propósito: llegar lo más rápido posible, y si es apretujados como borregos aún mejor.
No os esperéis un acontecimiento espectacular, tocado por la mística y la poética de nuestros grandes del Siglo de Oro. Huid de las imágenes de inspiración y contemplación divina y de las experiencias que os transportan a un estado superior. Mi experiencia religiosa particular me ha llevado hasta las entrañas de esta ciudad, a lo más bajo de lo bajo que os podáis imaginar: el metro. Sí, a ese lugar en el que tanta humanidad se reúne con un único propósito: llegar lo más rápido posible, y si es apretujados como borregos aún mejor.
El caso es que ayer por la tarde quedé con mi querido Sirventés, al que finalmente puse cara y ojos, después de ponerle voz el pasado domingo. Servidora vive a diez minutillos andando de la estación del Bethnal Green, en el East End de esta basta ciudad, y el punto de reunión era unas cuantas paradas de metro (bueno, en realidad bastantes) más al sur, en esa tan famosa que tiene nombre de batalla para algunos y nombre de canción “popy” para los que más. (Para los que aún no caigáis en qué estación es os diré que es Waterloo).
Como siempre cuando tienes prisa, tu realidad más inmediata parece que se vuelve contra ti, y aparecen mil y un obstáculos para que tus planes de puntualidad se vayan al garete. Que si mi compañera de piso americana me quería contar no sé qué de no sé qué cuantos; que si me encuentro el baño ocupado por mi flatmate de Kenia justo cuando necesitaba lavarme los dientes; que si mi madre me da un toque para que la llame y le pase el parte del día…
Total, que tenía que estar en la susodicha estación a las siete menos veinte y eran las seis y veinticinco y no hacía más que validar mi tarjeta del transporte para meterme en la primera línea de metro que tuve que coger. Hasta ahí todo bien. Tarde, pero bien. Lo peor estaba por venir. Sí, seguro que no es para tanto, pero para un catetilla de pueblo (porque aunque mis conciudadanos se emperren en llamarle ciudad, de donde yo vengo es un pueblo y punto pelota), que roza justito (y creo que no llego) el metro sesenta y parece que lleva escrito en la cara “soy novata con el metro, necesito mi tiempo”, fue algo…, indescriptible.
El caso es que me planté en la plataforma correspondiente, a esperar que llegara mi tren. Según los paneles luminosos faltaban 2 minutos. Venga va, metiendo presión para asegurarme aún más de que estaba llegando tarde. Me hubiera gustado verme la cara de horror que seguro puse cuando vi llegar por el túnel al “trenecito” en el que tenía que meterme. Allí no cabía ni un alfiler! Me quería morir solo de pensar que era eso o quedar a la altura del zapato llegando vergonzosamente mal. Hice de tripas corazón y me metí pa’ dentro.
Y es que lo de armarse de valor no era por el miedo de ir un poco apretujadilla, sino más bien por motivos olfativos. Y es que como ya os he dicho un poquitín más arriba, los dioses no me dieron demasiada altura (es más, allá donde voy, siempre, indefectiblemente, termino siendo la más bajita) y al coincidir con el fin de la jornada laboral de los londinenses, os podéis imaginar lo que eso supuso para mí: “Eau de Sobac” durante casi 30 minutos ininterrumpidos. Os aseguro yo que si no hubiera sido por el agradable motivo por el que me estaba desplazando a través de las entrañas de la urbe, no hubiera entrado de ninguna de las maneras en ese vagón.
Si hay algo de lo que no pueden presumir los ingleses es del afán por la higiene personal, y os aseguro que ayer viví y olí en mis propias carnes eso que hasta el momento formaba parte de lo que solo sabía de oídas. No hay que tener mucha imaginación para hacerse una idea de lo alguien con la estatura que yo tengo tuvo que “olo-soportar” durante el trayecto. Dejadme que os evite las descripciones malolientes y lo deje todo en un simple “Sin comentarios”.
Como siempre cuando tienes prisa, tu realidad más inmediata parece que se vuelve contra ti, y aparecen mil y un obstáculos para que tus planes de puntualidad se vayan al garete. Que si mi compañera de piso americana me quería contar no sé qué de no sé qué cuantos; que si me encuentro el baño ocupado por mi flatmate de Kenia justo cuando necesitaba lavarme los dientes; que si mi madre me da un toque para que la llame y le pase el parte del día…
Total, que tenía que estar en la susodicha estación a las siete menos veinte y eran las seis y veinticinco y no hacía más que validar mi tarjeta del transporte para meterme en la primera línea de metro que tuve que coger. Hasta ahí todo bien. Tarde, pero bien. Lo peor estaba por venir. Sí, seguro que no es para tanto, pero para un catetilla de pueblo (porque aunque mis conciudadanos se emperren en llamarle ciudad, de donde yo vengo es un pueblo y punto pelota), que roza justito (y creo que no llego) el metro sesenta y parece que lleva escrito en la cara “soy novata con el metro, necesito mi tiempo”, fue algo…, indescriptible.
El caso es que me planté en la plataforma correspondiente, a esperar que llegara mi tren. Según los paneles luminosos faltaban 2 minutos. Venga va, metiendo presión para asegurarme aún más de que estaba llegando tarde. Me hubiera gustado verme la cara de horror que seguro puse cuando vi llegar por el túnel al “trenecito” en el que tenía que meterme. Allí no cabía ni un alfiler! Me quería morir solo de pensar que era eso o quedar a la altura del zapato llegando vergonzosamente mal. Hice de tripas corazón y me metí pa’ dentro.
Y es que lo de armarse de valor no era por el miedo de ir un poco apretujadilla, sino más bien por motivos olfativos. Y es que como ya os he dicho un poquitín más arriba, los dioses no me dieron demasiada altura (es más, allá donde voy, siempre, indefectiblemente, termino siendo la más bajita) y al coincidir con el fin de la jornada laboral de los londinenses, os podéis imaginar lo que eso supuso para mí: “Eau de Sobac” durante casi 30 minutos ininterrumpidos. Os aseguro yo que si no hubiera sido por el agradable motivo por el que me estaba desplazando a través de las entrañas de la urbe, no hubiera entrado de ninguna de las maneras en ese vagón.
Si hay algo de lo que no pueden presumir los ingleses es del afán por la higiene personal, y os aseguro que ayer viví y olí en mis propias carnes eso que hasta el momento formaba parte de lo que solo sabía de oídas. No hay que tener mucha imaginación para hacerse una idea de lo alguien con la estatura que yo tengo tuvo que “olo-soportar” durante el trayecto. Dejadme que os evite las descripciones malolientes y lo deje todo en un simple “Sin comentarios”.
Pasado ya el momento olfativamente ofensivo, lo más estresante, si cabe, estaba por llegar. Y es que moverse por los túneles del metro, y más en una de las estaciones más grandes de Londres, no es moco de pavo. Y evidentemente, como no podía ser de otra forma en mi ya desastrosa tarde de viaje por la ciudad, me perdí. No tengo ni la más remota idea de a donde narices acabé saliendo. Bueno sí. A un andén de tren, en el que la única que tenía cara de agobio y aturullamiento era yo. Suerte que el mal trago fue más leve pues tuve guía particular para salir del laberinto. Míster S tuvo la amabilidad de llamarme por teléfono e ir guiándome pacientemente por la estación. Eso sí, sin dejar de echar mano a esa ironía con sana mala baba que gasta, y decirme que sería una misión difícil la de salir de allí, pues se habían dado casos de cuerpos momificados encontrados en varios puntos remotos de la estación. Si lo hubiera visto por un agujerito, pondría la mano en el fuego de que se estaba riendo con todas sus ganas a costa de una cateta como yo. Menudo pillín!
Y es que me vi en medio de una estación enorme, nerviosa perdida por lo tarde que estaba llegando y sintiéndome estúpida por el triste papel que hacía yo allí en medio, perdida y haciendo que me esperaran. Con la rabia que me da a mi que me tengan que esperar!
Al final conseguí salir de allí, roja como un tomate, acalorada perdida como hacía tiempo que no me ponía y echando sapos y culebras de las estaciones tan grandes que, parece mentira, tengan la función de llevar a la gente a los sitios… Con lo que me llegué yo a perder en ella… Suerte que en la calle corría un aire fresquito que me quitó la estúpida rojez de los mofletes, que me asemejaban muy a mi pesar, a la cursi niña Heidi, y sobretodo que la compañía fue encantadora y estimulante, (vete tu a saber que pensará mi salvador de las entrañas de la estación después de la penosa entrada en escena que hice yo…) que si no…
Me veo perdida y momificada en el fondo de Waterloo, para los siglos de los siglos…
4 comentarios:
La primera aventura londinense ... Esto va a ser un filón!!
Suerte que tenías una ayuda!!
Verás como dentro de un par de semanas eres ya la reina de esa ciudad.
Niña! Esos puntos y aparte!
Las galerías de Moria son interminables. Cuando empiezas a escuchar el ruido de tambores debes correr porque el Balrog está por salir...
Y si es cierto. Se han dado casos de gente que ha perdido las ganas de vivir intentando salir de los laberintos. Después de cada esquina hay otra más. Qué se habrá hecho de aquel post que preparaba yo sobre los laberintos de Londres?
Nada, te diría que con el tiempo de acostumbrarás, pero te estaría mintiendo. En cualquier caso, el Tube es uno de los aspectos más fascinantes de Londres.
Bueno, Emma, piensa que, si llegas a quedar momificada en Waterloo, tal vez hubieras terminado siendo la nueva estrella de British...
Aunque creo que deberías haber utilizado más el transporte público antes, pasar un par de días de excursión en la montaña, en un refugio de esos donde ni retrete hay, aventurarte sola en Barcelona, por ejempo Es que parece que no hayas visto "el món per un forat", con estas aventurillas tuyas.
Heidi, con lo espabiladita que es, seguro que se las arregla mejor.
Anda, no te agobies e intenta tomártelo con calma, que eso no ha sido nada. Y recuerdos a Abba.
LUCÍA: Niña, aventurilla sí, pero mal rato también… Como siga así, verás tú como voy a terminar yo… loquita perdía….. Un besazo reina mora!
SIRVENTÉS: Ay querido mío… no me digas eso del Barlog, que da mucho yuyo el bichajo ese… Si por lo menos la estación tuviera hilo musical con la partitura del
Howard Shore… sería más pasable… jijijij Y dices fascinante el Tube?... Yo le pondría otro adjetivo… y no precisamente ese…. Un beso enorme mister SS.
GRISHKA: Pues vaya momia más cutre hubieran expuesto en el British… soy poquilla cosa para un museo tan grande…. Y sí, he usado el transporte público antes, y concretamente el metro londinense, pero… es que la situación me sobrepasó… Ah… y yo soy espabiladita, pero también soy algo nerviosa… todo se une y crea una bomba explosiva… Soy de pueblo… no lo puedo evitar que algo así me sobrepase… El que esté libre de culpa que lance la primera piedra. Un abrazo!
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