Es lo que tiene. Que por más que a ratos te resistas a caer en ella, otros te tira tanto que es inevitable no sucumbir a su llamada.
Y mi herencia, venida del sur de la península, cada vez me tira más. En muchas cosas. En las costumbres, en el carácter, en la manera de entender la relación con los demás, en los gustos… Tanto es así que a veces me he sentido algo descolocada en la tierra que me vio nacer.
Eso que ocurría allá en tierras catalanas casi de manera anecdótica, aquí se ha evidenciado plenamente. Estando tan lejos de mi realidad cotidiana es cuando me he dado cuenta que algo que en mi rutina era algo tan normal, aquí es un valor añadido: el ser mediterránea.
Un valor que allá donde vas, y respondes a la típica pregunta de: ¿Y tú de donde eres?, arranca una sonrisa a tu interlocutor. Te conviertes en un ser que despierta curiosidad e incluso un punto de admiración. Vienes de una tierra bañada por el sol, y las temperaturas cálidas y agradables. De unas ciudades de gente abierta y alegre. Heredera de una tradición cultural y gastronómica envidiable.
Y te das cuenta de eso cuando estas lejos. Cuando cierras los ojos y te ves transportada a la plaza mayor de tu pueblo, un día soleado, rodeada de los gritos de alegría de los pequeñajos que juegan y sientes el aroma del café de media tarde. Cuando te paseas por los pasillos del supermercado y te emocionas al encontrar una botella de aceite de oliva o una lata de aceitunas españolas. Cuando te preparas la comida (y aunque sabes que no va a saber igual) piensas que es lo más parecido a lo que comerías si estuvieras en casa. Cuando las enseñanzas de muchos años te tu madre andaluza, curiosa y limpia hasta decir basta, te lanzan irrefrenablemente a limpiar las zonas comunes del piso “porque no se puede vivir con la casa sucia”.
La falta de sol, los horarios tan diferentes, el choque cultural y lingüístico, las temperaturas bastante más frías… Todo eso se puede llegar a superar si le pones ganas y paciencia. Si eres capaz de verlo con los ojos libres de prejuicios y sin intentar buscar paralelismo odiosos.
Pero nunca dejarás de ser lo que eres. Ni de sentirte diferente a los que te rodean. Porque creciste en un lugar especial. Porque tus padres te inculcaron valores muy valiosos. Porque la alegría que el sol otorga a todo aquello que conoces se filtra por los poros de tu piel y te cambia para siempre.
Como decía el maestro, en una de las pocas canciones que sigue arrancándome lágrimas cuando la escucho: “Porque yo, nací en el mediterráneo”.
Y mi herencia, venida del sur de la península, cada vez me tira más. En muchas cosas. En las costumbres, en el carácter, en la manera de entender la relación con los demás, en los gustos… Tanto es así que a veces me he sentido algo descolocada en la tierra que me vio nacer.
Eso que ocurría allá en tierras catalanas casi de manera anecdótica, aquí se ha evidenciado plenamente. Estando tan lejos de mi realidad cotidiana es cuando me he dado cuenta que algo que en mi rutina era algo tan normal, aquí es un valor añadido: el ser mediterránea.
Un valor que allá donde vas, y respondes a la típica pregunta de: ¿Y tú de donde eres?, arranca una sonrisa a tu interlocutor. Te conviertes en un ser que despierta curiosidad e incluso un punto de admiración. Vienes de una tierra bañada por el sol, y las temperaturas cálidas y agradables. De unas ciudades de gente abierta y alegre. Heredera de una tradición cultural y gastronómica envidiable.
Y te das cuenta de eso cuando estas lejos. Cuando cierras los ojos y te ves transportada a la plaza mayor de tu pueblo, un día soleado, rodeada de los gritos de alegría de los pequeñajos que juegan y sientes el aroma del café de media tarde. Cuando te paseas por los pasillos del supermercado y te emocionas al encontrar una botella de aceite de oliva o una lata de aceitunas españolas. Cuando te preparas la comida (y aunque sabes que no va a saber igual) piensas que es lo más parecido a lo que comerías si estuvieras en casa. Cuando las enseñanzas de muchos años te tu madre andaluza, curiosa y limpia hasta decir basta, te lanzan irrefrenablemente a limpiar las zonas comunes del piso “porque no se puede vivir con la casa sucia”.
La falta de sol, los horarios tan diferentes, el choque cultural y lingüístico, las temperaturas bastante más frías… Todo eso se puede llegar a superar si le pones ganas y paciencia. Si eres capaz de verlo con los ojos libres de prejuicios y sin intentar buscar paralelismo odiosos.
Pero nunca dejarás de ser lo que eres. Ni de sentirte diferente a los que te rodean. Porque creciste en un lugar especial. Porque tus padres te inculcaron valores muy valiosos. Porque la alegría que el sol otorga a todo aquello que conoces se filtra por los poros de tu piel y te cambia para siempre.
Como decía el maestro, en una de las pocas canciones que sigue arrancándome lágrimas cuando la escucho: “Porque yo, nací en el mediterráneo”.
8 comentarios:
Lo poco que lo valoramos cuando lo tenemos ... no??
Saludos guapa!!
huyy que te sale la morriña a relucir jajaja
¡Vas a comparar!
LUCIA: Y que lo digas niña!!!
AMATEUR: A ratos sí me sale, la verdad. No puedo negarlo
CAPAZORROS: No hay ni puuuuunto de comparación.
Uf... este me ha llegado... Y es que a pesar de haberla escuchado cientos de veces, con el crec crec del vinilo, en boca de mi madre, en el MP3, o en un Auditori que se venía abajo, y aunque la haya cantado miles de veces, cada vez me pone la piel de gallina...
Y ya puestos, podrías haber dejado también Cançó de Bressol, que aunque a muchos les pese, la mejor definición que se le puede dar a ese país de Señorita Pepis que aunque se quiera negar, se añora.
Querido Sirventes.
Esta canción es parte de mí de mi humilde historia vital. Desde que era una bebena en la tripa de mi madre. Cuando me mecía en la cuna para que me durmiera. Cuando empezé a dar mis primeros pasitos. Y cuando ya fui algo más mayor y aprendrí a poner yo solita el vinilo en el tocadiscos..
Siempre ha estado a mi lado. Desde que tengo memoria. Y no puedo evitar, nunca, en ninguna de las situaciones en la que la escucho, que se me salten dos lagrimones enormes. Sin lugar a dudas es la canción de mi vida...
Pero mujer, ¡no me hagas esto que me vas a mandar de vuelta al psiquiatra!! ¡con el trabajito que me cuesta amoldarme de nuevo a este país cada vez que vuelvo de mi tierra!!
RHAMNUS... hombre no es esa mi intención... pero es que no puedo evitarlo.... me sale por los cuatro costados... Yo es que soy así... a ratos un poco mohína y sensiblona....
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