Desde Crónicas desde la Ataraxia, y de manos de Santi, más conocido como Sun-T, nos llega este texto
Lo cortés no quita lo valiente
-Pero. ¡mira la tísica esta! -bramaba el vejestorio, en la barra del bar, mientras agitaba el periódico frente al camarero- ¡¡Será desgraciada, la tía!!
Seguí pendiente de mi plato, pero el airado y sus voces no me dejaban disfrutar de la comida. Me encontraba en una bella tasquita del barrio de Salamanca, en Santa Cruz de Tenerife, decorada con ese estilo añejo que caracteriza a los bares de comidas para currantes: menú barato y sabroso, manteles de hule, vino de la casa, olores a comida casera y puros con el café, camarera simpática y barman medio dormido.
-Claro, como ella esta en Madrid, que carajo le importamos nosotros. Socialistas de mierda!! Nos están invadiendo, coño, los putos negros nos están invadiendo. Y la tísica dice que no es para tanto.
Por un segundo, el retrato de María Teresa Fernández de la Vega pasó como una exhalación frente a mis narices, estando a punto de golpear la cuchara con que me llevaba la comida a la boca.
Cerré los ojos con fuerza y, trate de olvidarme de aquel engendro, pensando en el fin de Semana. Fue una bella mañana de domingo como tantas otras, mi novia y yo descansábamos nuestros cuerpos bajo el sol abrasador canario en la playa del Médano. De vez en cuando, nuestras miradas furtivas se cruzaban en un afán de convertirse en beso robado. Hubo un instante en que ella se incorporo para beber agua.
-Has visto aquello- me dijo señalando un punto negro en el horizonte
-Será una barca de pescadores-dije encogiéndome de hombros
-No, no, fíjate bien, parece que va a la deriva, ¿tendrán problemas?
Ni siquiera mire y seguí concentrado en buscar una canción en el mp3. No pasaron ni dos minutos cuando unas voces en la lejanía nos llamaron la atención. La gente se levantaba de sus toallas y corría hacia el mar. Mi novia me golpeo el hombro y pude ver como se incorporaba e iniciaba una carrera desesperada. Me quite los auriculares y la seguí hacia la orilla. A lo lejos, no serian más de unos metros, un desvencijado bote se tambaleaba dando la impresión de hundirse de un momento a otro. Los cuerpos, que lo ocupaban, eran una masa informe de brazos, piernas y rostros ateridos por el frio de la travesía. No hubo tiempo para pensar, cojí a un bebe en mis brazos y arrastre a su madre tras de mi, hacia la orilla. Le di la toalla a ella y procure envolver al niño en mi suéter. Temblaba con tal fuerza, por los nervios, que casi se me cae de las manos. Los labios, morados por el frio, de la madre no podían pronunciar palabra, tan solo moverse en un incesante tic; como respuesta una mirada perdida. Rompí como pude una naranja, que había sobrado de la comida, y le tendí una mitad a la madre que la agarro con desesperación, engulléndola al instante. Mientras, apreté entre mis dedos el resto de la naranja, tratando de dejar caer el jugo en los labios del bebe. No quería bebérselo, su boca seguía abierta, pero no tragaba y las gotas de zumo resbalaban por sus mejillas. A mi alrededor, todos los que estábamos en la playa, trataban de tapar con sus toallas un montón de cuerpos exhaustos y temblorosos; los más avispados corrían hacia el kiosco de bebidas y volvían cargados con botellas de agua y plátanos, que repartían aquí y allá
Cuando, una hora después, apareció la Cruz Roja yo aun sostenía el cadáver del bebe entre mis brazos, tratando de darle de beber aquel zumo de media naranja, que yo creía regenerador.
Cuando, una hora después, apareció la Cruz Roja yo aun sostenía el cadáver del bebe entre mis brazos, tratando de darle de beber aquel zumo de media naranja, que yo creía regenerador.
Me estaba tocando las pelotas, el puto viejo. Todo el bar miraba sus excesivos ademanes, mientras su voz silenciaba conversaciones de sobremesa.
-Bueno, ya esta bien, por que no se calla y nos deja comer tranquilos- estalle
-Y tu que coño sabrás, niñato!!, si solo eres un godo*. Nos están invadiendo, ¿o no lo ves? En esta isla no cabemos todos. Que se vuelvan por donde han venido.
Me incorpore bruscamente y apreté con rabia los puños; la mirada clavada en ese rostro curtido, de nariz enrojecida por el abuso de bebidas alcohólicas y ojos furibundos.
No me molesté en increparle más, simplemente le tire el plato de sopa por encima, eche 6 euros en la barra y me fui sonriente mientras le oía mascullar:
-Tú, tú, tú….
Los tiempos cambian de bando a los hechos pero, lamentablemente, no a las personas.
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